Los cinco mundos
Una propuesta en reducción de complejidad para el sistema político de partidos en el Chile posconstituyente.
De acuerdo con algunos de los principales referentes de la teoría de sistemas, un sistema es “complejidad organizada”. Esto es, un cúmulo de elementos heterogéneos que han alcanzado un nivel de desarrollo interno y diferenciación funcional lo suficientemente elevado para requerir, en pos de su inteligibilidad, mecanismos mediante los cuales aquella complejidad sea representada a partir de la selección de elementos particulares que no constituyen necesariamente una imagen exacta del cúmulo. Para Niklas Luhmann, la complejidad es a la vez necesidad de reducción; es “la medida de la indeterminación o la carencia de información”.1 Reducir complejidad, en este sentido, es condición necesaria para estructurar un sistema de manera estable; si “todo pudiera ser vinculado con todo”, no sería posible aprehender ni menos intervenir las dinámicas del fenómeno en cuestión.
En un plano algo inferior de abstracción, la ciencia política suele coincidir en identificar los sistemas de partidos como una heurística para volver practicable el ejercicio de la democracia en el contexto de sociedades altamente diversificadas, como las modernas.2 Este es un paso necesario para la coordinación de intereses y la absorción de incertidumbre por medio de la estabilización del horizonte de expectativas, por decirlo en términos del propio Luhmann.3 Cuando un sistema social ha alcanzado un nivel de complejidad —léase indeterminación, diversificación— tal que los mecanismos tradicionales no son capaces de intervenir, es necesaria una recombinación y selección de los elementos para ofrecer un modelo contingente ajustado a la capacidad actual de gobernanza. Es lo que sucede actualmente con el sistema político en Chile. Las dinámicas políticas y sociales han escapado a la gobernanza de las élites de manera tan drástica —“no lo vieron venir”— que una reestructuración de la complejidad es casi un asunto de vida o muerte. De allí la necesidad última, y no meramente simbólica, de una nueva Constitución: consensuar un arreglo institucional que pueda organizar las pasiones en la sociedad chilena sin tender al caos y la indeterminación. Organizar la complejidad en patrones distintos y a partir de nuevos criterios, para volver probables otros cursos de acción e interacción.
La configuración de las fuerzas políticas dentro de un sistema depende, en gran medida, de dos factores: primero, las reglas e incentivos institucionales —sistema electoral, requerimientos legales para constituir partidos, grado de descentralización territorial, parlamentarismo o presidencialismo, etcétera— que establecen límites a los patrones de operación que de hecho son posibles. Segundo, la persistencia de una fisura generativa previa, “congelada” en el tiempo de acuerdo con la célebre terminología de Lipset y Rokkan4; esto es, la existencia de partidos, organizaciones y redes clientelares creadas a partir de clivajes y realidades sociales que ya no se encuentran vigentes, pero que trascienden su vida útil en virtud de una capacidad orgánica o base electoral lo suficientemente importante como para ser considerados en los equilibrios venideros. (Un ejemplo clásico de esto es el Partido Radical: fundado en 1863 al calor de los debates respecto a la secularización, el laicismo y la emergencia de la clase media industrial-administrativa, las condiciones que favorecieron su origen no existen hace más de medio siglo; sin embargo, el partido se sostiene por motivos culturales, de tradición y de estructuración de intereses contingentes propios y ajenos. Es posible que muchos partidos se sostengan de una forma similar en el nuevo ciclo; otros perecerán indefectiblemente.)
Tomando en consideración lo anterior, y atendiendo al hecho de que estamos en medio de un debate constitucional que redefinirá sustantivamente los contornos de nuestra realidad política, es posible imaginar un nuevo sistema de partidos para Chile que permita procesar adecuadamente los conflictos existentes, estableciendo bloques ideológicamente alineados con disputas internas y capacidad de formar mayorías de gobierno a partir de acuerdos programáticos. Es decir, un sistema que permita reducir la complejidad inherente a la inasible diversidad de opiniones y sensibilidades en una sociedad crecientemente diferenciada e individualizada como la chilena. Esto, obviamente, descansa en varios supuestos fuertes; el más importante de todos es que, de acuerdo con ciertos sondeos, trascendidos y declaraciones de líderes de opinión al interior de la Convención Constitucional, el presidencialismo será finalmente desechado y reemplazado por un sistema en el cual el jefe de gobierno será electo a partir de los equilibrios parlamentarios. Al margen de que la fórmula escogida sea un parlamentarismo o semipresidencialismo —que probablemente será más parecido a Portugal que a Francia—, esto cambia desde ya la fisonomía política de manera trascendental. (En otro ensayo, he repasado de manera más exhaustiva los motivos por los cuales personalmente apoyo avanzar hacia un sistema parlamentario y su potencial afinidad con la recomposición de los vínculos sociales.) A esto cabe sumar la suposición de un sistema electoral proporcional: es evidente que, por obra y gracia de la Ley de Duverger, la complejidad se organizaría de manera muy diferente en un sistema uninominal.5 Otras innovaciones posibles, como la eliminación o debilitamiento de la Cámara Alta —un bicameralismo asimétrico con criterios de representación territorial parece ser un resultado posible—, o la imposición de escaños reservados para pueblos originarios, cambiarían de manera menos sustantiva y también menos predecible el escenario, por lo que habría que dejarlos en ceteris paribus.
Así, una proposición simultáneamente factible y deseable desde el punto de vista de este ensayo es lo que cabría denominar la hipótesis de los cinco mundos —five-world hypothesis, para los amigos—: una reducción de complejidad razonable, cristalizada en un sistema de partidos inteligible y funcional, para el escenario político de Chile en las décadas siguientes a la entrada en vigor de la nueva Constitución. Hay en esta lectura, quizás, una cuota de wishful thinking: un modelo como el que se presenta tendría numerosas externalidades beneficiosas para la institucionalidad política y el orden social —excluyendo a populismos de signo indefinido y caudillismos varios— así como para las perspectivas de transformación estructural en un sentido colectivo. Dicho esto, la propuesta —tan embrionaria como tosca, por ahora— es más o menos así, con sus respectivas corrientes integrantes, rasgos ideológicos y referentes, tanto personajes políticos como históricos, intelectuales y núcleos organizacionales varios.
Mundo 1: “Chile Republicano”
Integrantes: Frente Social Cristiano (PLR, PCC y otros); UDI; ala derecha de RN (“Rechazar para reformar”); movimientos evangélicos y ultramontanos de base.
Ideología: Anticomunismo, antiprogresismo, conservadurismo tradicionalista, liberalismo económico, gremialismo, nacionalismo católico, pinochetismo.
Referentes: José Antonio Kast, Camila Flores, Jacqueline van Rysselberghe, Eduardo Durán, Teresa Marinovic, Jaime Guzmán, José Piñera, Instituto Res Publica, Movimiento Gremial, Siempre por la Vida, APRA, Facultad de Derecho UC.
El inesperado éxito electoral de Teresa Marinovic (Distrito 10) en las megaelecciones de mayo fue el canario en la mina de carbón: el votante derechista, al cual siguen muchos de los cuadros partidarios conservadores, ya no es tan fácil de disciplinar como antes. Puede que sean menos, pero están más radicalizados. En un momento político convulso, que pone a prueba las “convicciones” y “banderas del sector” contra la arremetida cultural octubrista-progresista, hay una afinidad natural entre quienes pretenden mantener el mismo discurso e ideología que viene enarbolando el gremialismo desde los años ‘90, y algunos sectores que miran hacia las experiencias de la extrema derecha nacional-conservadora en otros países, con Bolsonaro y Vox como referentes centrales. De allí que algunos analistas hayan notado que la retórica del candidato José Antonio Kast no es otra cosa que el pinochetismo residual de la transición: autoritarismo, conservadurismo religioso y liberalismo económico a ultranza. Es la expresión prístina de la célebre fórmula del “chicago-gremialismo”, en la expresión acuñada por Jovino Novoa —a la sazón uno de los referentes de este bloque— y abrazada por las instituciones que giran en torno a la UDI.
El quiebre de Sebastián Sichel con las dirigencias partidarias que apuntalaron su emergencia como candidato de unidad en el oficialismo se enmarca, necesariamente, en un proceso de división de la derecha que se volverá inevitable en un régimen político como el que —al parecer— nos espera tras la Convención. En virtualmente todos los países que cuentan con un sistema parlamentario o similar, sumado a un sistema electoral proporcional, conviven diferentes expresiones de la derecha; sin perjuicio de que, a la hora de las votaciones de investidura, estas puedan trabajar en conjunto o formar coaliciones de acuerdo con los resultados del caso. Respecto a Chile, parece haber una unidad de propósito más robusta en torno al gremialismo clásico que hoy encarna Kast. La maquinaria de la UDI —por la evidente proximidad ideológica— debería sumarse a este bloque para liderarlo junto al hoy Frente Social Cristiano, que parece absolutamente dispuesto a dar ese paso. En esto podrían sumarse el ala dura de Renovación Nacional y grupos conservadores independientes resueltos a librar la “batalla cultural” contra el avance de la izquierda.
El peso social-electoral de este mundo se estima en 25% —levemente más alto que los votos del Rechazo—, aunque seguramente el resultado de José Antonio Kast en estas elecciones presidenciales ofrezca una aproximación más certera. Esto les ubica en la derecha del espectro, con liberales y socialcristianos como potenciales, aunque siempre incómdos, socios de coalición. Un partido “modelo” a nivel internacional podría ser el Partido Nacional uruguayo, Ley y Justicia en Polonia o el FIDESZ húngaro, así como los Conservadores y Reformistas del Parlamento Europeo; partidos big tent de la derecha que incluyen corrientes más radicalizadas pero manteniendo cierta vocación de poder.
Mundo 2: “Fuerza Liberal”
Integrantes: Evópoli, Convergencia Liberal, Ciudadanos, PL, regionalistas y descolgados de otros partidos (RN, PRI, DC, PR, PPD).
Ideología: Liberalismo clásico, liberalismo igualitario, democracia participativa.
Referentes: Andrés Velasco, Ignacio Briones, Sebastián Sichel, Paola Berlin, Alejandro Bernales, Cristóbal Bellolio, Sylvia Eyzaguirre, María Ignacia Gómez, Valentina Verbal, Facultad de Gobierno UAI, Independientes No Neutrales, Red Liberal, Horizontal, Red de Estudiantes Liberales.
Un viejo anhelo de ciertos sectores de la élite intelectual chilena, el liberalismo clásico existe como expresión política organizada y nucleada en la mayoría de las democracias occidentales modernas, especialmente aquellas que giran en torno a los equilibrios parlamentarios. Dado el rol pivotal y de kingmakers que suelen jugar estos partidos —con el FDP en Alemania como caso emblemático—, podrían existir en el Chile posconstituyente los incentivos justos para que, pese a no tener una base electoral tan sólida y autoevidente como otros bloques, un partido “liberal de centro” tenga sentido dentro del escenario político. Este partido, como sucede con algunos de sus homólogos internacionales, tendría corrientes internas: algunos, más preocupados de la economía, dispuestos a pactar con los conservadores; otros, de convicción democrática, reformista y liberal-progresista, favorecerían acuerdos con el mundo socialdemócrata. Las señales de Sebastián Sichel, quien propone “una centroderecha moderna que mire al centro” abrazando las banderas del liberalismo cultural, dispuesto a romper con la ortodoxia gremialista y sus cuadros, lo podrían estar posicionando como un líder natural de este bloque. El hecho de contar con figuras consolidadas como referentes públicos podría ayudar a paliar la sempiterna inexistencia de una base social estable para el “liberalismo puro” chileno y occidental. Acudirían a su convocatoria otros descolgados ex DC, el núcleo más auténtico de Evópoli, viudos de Amplitud y los liberales progresistas de Ciudadanos y el PL, que conformarían el ala izquierda de este big tent liberal. También será relevante el aporte más intelectual de grupos como Red Liberal y centros de estudio como Horizontal, junto a la Red de Estudiantes Liberales que ya ha alcanzado cierta tracción en su formación de cuadros dentro de las universidades del barrio alto; tampoco puede descartarse que sensibilidades cercanas al liderazgo de Franco Parisi vean en este su espacio de desarrollo natural.
Su peso social-electoral se estima en 10%, cercano a lo que obtienen partidos de esta naturaleza en democracias desarrolladas como el Reino Unido, Alemania o los países nórdicos. Sus referentes internacionales serían Renew Europe —que acoge en su seno a partidos liberales de amplia gama que colaboran con socialistas, socialdemócratas o conservadores— y la Internacional Liberal, de la cual el PL es miembro pleno y Evópoli, miembro observador. Un modelo obvio es el FDP, los Lib Dems británicos o el NEOS austríaco.
Mundo 3: “Centro Social Cristiano”
Integrantes: Ala desbordista de RN (“RN Aprueba”), PRI Demócrata, gran parte de la DC, grupos socialcristianos independientes.
Ideología: Socialcristianismo, conservadurismo social, Doctrina Social de la Iglesia, republicanismo, proteccionismo, corporativismo, humanismo cristiano.
Referentes: Mario Desbordes, Carolina Goic, Miguel Ángel Calisto, Hugo Herrera, Josefina Araos, Pedro Morandé, Eduardo Frei Montalva, IES, Construye Sociedad, Idea País, Solidaridad UC, Centro de Estudios del Desarrollo, Fundación Konrad Adenauer, Internacional Demócrata de Centro.
Otra conjetura histórica cuyos orígenes pueden remontarse, quizás, a la consabida idea de una coalición de centro entre RN y la DC, hoy inimaginable pero muy propia del deep lore de la transición y asociada a personajes hoy defenestrados como Andrés Allamand, Jaime Ravinet y —en menor medida— Gutenberg Martínez. Sin embargo, una coalición de estas características tendría hoy un cariz indudablemente más reformista, especialmente en materias sociales y económicas, lejano al inmovilismo del cambio de siglo. No es un misterio que la intersección entre conservadurismo cultural y progresismo social-económico cuenta con adeptos suficientes entre la población, especialmente en los sectores populares, para constituir una alternativa política viable; lo que necesita son cuadros con visibilidad pública que la articulen y vuelvan inevitable la confluencia entre núcleos políticos ideológicamente muy similares pero a los cuales hoy separa un abismo en términos de estrategia y política de alianzas. Una combinación virtuosa entre el arraigo popular de la DC y el sector desbordista en RN, sumado al aporte más intelectual del socialcristianismo “de élite” interpretado por el IES y el “submundo” que componen Idea País, Solidaridad UC y el fallido proyecto Construye Sociedad, puede resultar en una opción ideológicamente consistente y electoralmente merecedora de atención. Las fundaciones de la Democracia Cristiana alemana —Konrad Adenauer y Hanns Seidel— que en distintos momentos ha prestado apoyo a estos grupos serían articuladoras clave, tal como la membresía compartida de RN y la DC en la Internacional Demócrata de Centro.
Sin embargo, los obstáculos para esta convergencia —que parece tan obvia desde un punto de vista doctrinario— no son menores. Parte importante de la DC buscará aliarse con la izquierda, lo que probablemente redunde en un quiebre interno de la falange; no será baladí la definición en torno a quien mantenga “la marca”. El desbordismo deberá hacer frente a las presiones internas, de grupos ligados a la Iglesia Evangélica por ejemplo, que le impulsarán a buscar domicilio como grupo de presión en el bloque conservador. El problema de la juventud político-intelectual socialcristiana, en tanto, tiene nombre y apellido: Diego Schalper Sepúlveda.
Su peso social-electoral es probablemente el más incierto entre los diferentes mundos, pero podría estimarse en torno al 15%. Podría pactar con distintas fuerzas de acuerdo a cada momento, aunque no sería extraño verlos en coalición con el bloque conservador. Algunos modelos internacionales pueden ser el Partido Colorado uruguayo, la vieja DC italiana —de Alcide de Gasperi, Giulio Andreotti y Aldo Moro— y, por supuesto, la unión CDU-CSU en Alemania.
Mundo 4: “Plataforma Amplia Socialista”
Integrantes: Ala izquierda de la DC, PR, PPD, PS, PRO, Nuevo Trato, RD, UNIR, Fuerza Común, FREVS, ala institucionalista de Convergencia Social.
Ideología: Socialismo democrático, socialdemocracia, progresismo, democracia radical, socialismo cristiano, regionalismo, marxismo.
Referentes: Gabriel Boric, Paula Narváez, Yasna Provoste, Fernando Atria, Maya Fernández, Daniel Stingo, Amaya Álvez, Pablo Vidal, Helia Molina, Carlos Montes, Sebastián Depolo, Michelle Bachelet, Salvador Allende, Julieta Kirkwood, Jorge Arrate, Colectivo Socialista, Fundación Friedrich Ebert, Chile 21, NAU, Rumbo Colectivo, Instituto Igualdad, Red de Estudios para la Profundización Democrática, Horizonte Ciudadano.
Si bien este bloque parece casi una utopía al observar las dinámicas conflictivas entre algunos de sus potenciales integrantes, no hay que observar demasiado lejos para encontrar un ejemplo funcional de colaboración entre la socialdemocracia tradicional y el socialismo democrático emergente, aislando por ambos lados al centrismo democratacristiano y la intransigencia ultraizquierdista. Son, desde luego, la fuerza hegemónica de facto en la propia Convención Constitucional. El Colectivo Socialista, inteligente apuesta de los convencionales PS para reforzar su posición ante sus pares, ha colaborado estrechamente con el Frente Amplio para volverse determinante en todas las discusiones estrechas, liderando además una mayoría de las comisiones temáticas en la fase de discusión sustantiva. Y no solamente parecen operar de manera extraordinariamente fluida en conjunto —ante la tirria del jaduismo— sino también poseen un potencial electoral altísimo, que suma el arraigo territorial histórico del PS a la potencia renovadora de los cuadros institucionalistas del Frente Amplio, no manchados por el fantasma del anticomunismo y los excesos octubristas.
La candidatura de Boric —que bajo cuerda se reconoce como “el candidato de RD” a quien sus propias bases partidarias desprecian—, especialmente a partir de su anecdotal encuentro con Paula Narváez en Concepción, podría estar marcando el inicio de este diálogo en lo que algunos han denominado “el arco socialista”: una plataforma amplia, con corrientes y disputas internas, pero con la fuerza orgánica suficiente para disputar el poder —y el entusiasta respaldo internacional de la FES—. Habrían algunos quiebres: los llegados desde la DC, los progresistas del PL y Nuevo Trato, quizás —por fin— la reintegración del PPD en el PS, y la ruptura en Convergencia Social. Un gobierno encabezado por Boric, que estará muy probablemente atado de manos por la estanflación y necesitará apoyos parlamentarios más allá de su coalición, podría ser el catalizador para este nuevo bloque, inspirado de verdad en el Frente Amplio uruguayo, que reúne a socialdemócratas, socialistas libertarios, marxistas, socialistas cristianos y democratacristianos.
Su peso social-electoral se estima en 35%, más o menos lo que marca Boric en las encuestas —con una parte de Yasna Provoste, y otra perdida hacia la extrema izquierda—. Hegemónico, tendería a buscar acuerdos hacia su izquierda, tironeado por el poder de veto que podría conseguir la ultra; aunque su vocación de gobierno le podría otorgar más flexibilidad en su política de alianzas de la que hoy es posible imaginar. Una fórmula clásica de big tent socialdemócrata-socialista es, como ya está dicho, el Frente Amplio uruguayo, aunque también cabría observar con atención las experiencias del Labour Party británico o el PT brasileño.
Mundo 5: “Movimiento Popular de Izquierda”
Integrantes: Ala izquierda de Convergencia Social, Comunes, PC, PEV, Igualdad, Acción Humanista, MIR, Izquierda Libertaria, MDP, Victoria Popular, Unión Patriótica.
Ideología: Socialismo libertario, socialismo democrático, marxismo-leninismo, socialismo revolucionario, democracia radical, siloísmo.
Referentes: Daniel Jadue, Bárbara Sepúlveda, Hugo Gutiérrez, Karina Oliva, Alondra Arellano, Roxana Miranda, Tomás Hirsch, Cristián Cuevas, Gladys Marín, Miguel Enríquez, Luis Emilio Recabarren, Alberto Mayol, Lista del Pueblo, Movimientos Sociales Constituyentes, Wallmapuwen, Coordinadora 8M, ACES, Unidad Social, Estudios Nueva Economía.
Una suerte de revival del viejo Juntos Podemos Más, que incluía a humanistas y comunistas junto a un ramillete de organizaciones marginales de la contracultura anticoncertacionista, este mundo es claramente una expresión del “Jaduelo” y aquella izquierda que reniega de los partidos —salvo el Comunista, claro está—. No sería extraño que incluso Eduardo Artés, que fue incluso candidato a Senador del Juntos Podemos, sume a su artesanal instrumento electoral Unión Patriótica dentro del mix. Se trata de una fórmula propia de la izquierda intransigente en los sistemas parlamentarios: como estos favorecen la negociación y los acuerdos, quienes no están dispuestos a ceder suelen configurar su alternativa propia quebrando al partido hegemónico de la izquierda por la izquierda. En Chile, con un sinnúmero de grupúsculos que aborrecen todo lo que huela a Nueva Mayoría, la única tarea sería ubicar los incentivos precisos para que estos formasen una plataforma electoral, inestable por su composición de cuadros pero con un poder de movilización no despreciable.
Aquí, el rol clave lo tendrá la cúpula del Partido Comunista: por sus orientaciones en la Convención, parece dispuesto a configurar una alternativa que lo asegure como partido hegemónico de la izquierda y lo aleje de sus socios frenteamplistas; sin embargo, tampoco puede descartarse que termine reivindicando su tesis de 2012 ingresando al mundo socialdemócrata, tal como su homólogo uruguayo. Si no lo hace —que es probable— será acompañado con casi toda seguridad por los sectores más radicalizados del propio Frente Amplio, aunque cuesta presagiar en qué punto se podría producir el corte —que, como sabemos, nunca obedece a razones únicamente ideológicas—. En cualquier caso, “Chile Digno”, que aún no desaparece como bloque, será el punto base de una coalición de esta naturaleza: la izquierda que no transa ni negocia, que se atrinchera en la crítica a los “30 años” todo lo que sea necesario y legitima la violencia callejera como herramienta de transformación social duradera.
Su peso social-electoral puede estimarse en 10%, un poco más arriba del techo del viejo Juntos Podemos Más. Posiblemente libre una batalla encarnizada contra la Plataforma Amplia Socialista por el control de la CUT y las federaciones universitarias, aunque estos serían sus únicos socios viables en un Parlamento; un apoyo implícito, similar al entregado por Podemos al primer gobierno de Pedro Sánchez, parece un modelo factible. Sus referentes internacionales pueden ir desde el KKE griego —que se negó a pactar con Syriza— hasta Asamblea Popular en Uruguay, el PSOL brasileño, el Frente de Izquierda en Argentina y el PTB-PDVA en Bélgica.
[Micromundos: Como es sabido, en los sistemas parlamentarios hay siempre listas minoritarias que, dependiendo de los criterios para la obtención de escaños, pueden arañar alguna cuota de influencia pese a no superar el 5%. Este podría ser el caso de partidos regionalistas —Magallanes, la Araucanía y Arica saltan a la vista— o de fundamentalismos de distinto signo, como las distintas expresiones del trotskismo o un esfuerzo neonazi al estilo del Movimiento Social Patriota. Sin embargo, serían meramente parte del paisaje, como en la mayoría de los sistemas de esta índole.]
Niklas Luhmann, Sistemas sociales: lineamientos para una teoría general (México DF: Anthropos, 1998), 50.
Carles Boix, The Emergence of Party Systems (Oxford: Oxford University Press, 2009), 499.
Luhmann, Sistemas sociales, 119.
Seymour Lipset y Martin Rokkan, Party Systems and Voter Alignments: Cross-National Perspectives (Nueva York, NY: Free Press, 1967), 16.
Maurice Duverger, Los partidos políticos (México DF: Fondo de Cultura Económica, 1957).