Allende era distinto
A 48 años del Golpe de Estado que terminó abruptamente con su gobierno y su vida, vale reivindicar fragmentos de ese Salvador Allende que hoy muchos olvidan.
Allende fue expulsado de su movimiento político estudiantil. Estudiante de Medicina en la Universidad de Chile y vicepresidente de la FECh en el año 1930, en plena dictadura militar de Carlos Ibáñez del Campo. Pertenecía al Grupo Avance, vinculado a la Federación Juvenil Socialista. Sus compañeros de militancia redactaron un manifiesto de corte revolucionario, llamando a la conformación de soviets entre campesinos, obreros, militares y estudiantes, en vista de la inestabilidad política que experimentaba el país. Allende lo criticó, dijo que era una locura, que no era viable y era una pésima señal. De los 400 militantes de Avance, 395 votaron por expulsar a Allende. Cuarenta años después, en Guadalajara, Allende recordaría el episodio: salvo uno de ellos, todos los estudiantes revolucionarios que lo expulsaron deshonrosamente se habían convertido en latifundistas, banqueros o prósperos empresarios monopolistas.
Allende promovió una ética de la virtud socialista para la juventud. No les instó a “expresar su corporalidad” ni explorar su propia identidad. Les invitó a comprometerse con un proyecto político e ideológico sustantivo, al extremo de verse superados humanamente por la causa que siguieran. Les invitó también a trabajar, a ser disciplinados, rigurosos, educados, y buenos estudiantes. Nunca aceptó que los jóvenes antepusieran la actividad política antes que los estudios. A la universidad se iba a estudiar, para ser un buen profesional y con ello servir a la revolución, porque un buen profesional valía por 50 u 80 socialistas. “Ser agitador universitario y mal estudiante, es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante, es más difícil”.
Allende tenía un discurso moral. En varias ocasiones, como en Concepción, habló de la “miseria moral” que achacaba a Chile. Por supuesto, la pauperización de la clase trabajadora en desmedro de las clases dominantes, así como la relación de subyugación y explotación que se produce en el terreno de la producción, no solamente es improductiva sino también inmoral. Ninguna comunidad de sentido verdaderamente armoniosa, virtuosa y orientada al despliegue auténtico del género humano en toda su capacidad, puede tolerar la existencia de dos clases viviendo en una correlación de fuerzas y de poder moralmente injustificable.
Allende creía que los deberes iban antes que los derechos. Preocupado como estaba por las nuevas formas que encontraba la juventud de su época para “evadirse” de la realidad social, el gobierno de la Unidad Popular incentivó con mucha fuerza los trabajos voluntarios. De allí salieron varios afiches que hoy decoran las paredes de cualquier nostálgico allendista, y la idea de una Carta de Deberes y Derechos de la Juventud. Pero el sentido era más profundo: conectar a la juventud con una idea de entrega; donde se asume la existencia de una deuda del individuo con la sociedad, y no al revés. Uno de los mentados afiches reza: “LA JUVENTUD SE COMPROMETE CON LA PATRIA. Jornada Nacional de Discusión: Deberes y Derechos de la Juventud Chilena”. No es casualidad que “deberes” haya ido antes que “derechos”. En Concepción, en la última frase de su discurso, Allende lo dijo fuerte y claro: “No se trata sólo de que van a tener ustedes derechos, tendrán deberes y en un proceso revolucionario sólo se conquistan los derechos cuando se ha tenido el coraje de cumplir con los deberes, camaradas.”
Allende era un militante ordenado y pactaba con quien fuese necesario. Desde el comienzo hasta el final, se destacó por sus convicciones pero también por su pragmatismo. Desconfiado de la ortodoxia marxista-leninista del PC, fue parte de la fundación del Partido Socialista en 1933, convocando a distintas corrientes heterodoxas de izquierda que hasta entonces operaban por separado. En 1938, fue jefe de campaña en Valparaíso para Pedro Aguirre Cerda; un radical moderado, anticomunista, de quien luego fue Ministro de Salud. Fue partícipe y protagonista de sucesivas tensiones y rupturas en el Partido Socialista: entre pro-radicales y anti-radicales; ibañistas y anti-ibañistas; pro-comunistas y anti-comunistas; pero nunca abandonó la militancia. Incluso fue al sacrificio como candidato presidencial en 1952, obteniendo apenas 50 mil votos. Lideró el congreso de reunificación socialista en 1957. En 1966 fue electo Presidente del Senado, aunque su coalición estaba lejos de tener mayoría en ambas cámaras. Radicales y democratacristianos le apoyaron, y cuando dejó el cargo en 1969 incluso El Mercurio le hizo un homenaje valorando la ecuanimidad de su gestión.
Allende valoraba al Ejército y las Fuerzas Armadas. Incluso en su último discurso, cuando ya tenía conocimiento de la traición de Pinochet, Merino y el “general rastrero” Mendoza, reivindicó la tradición democrática de las Fuerzas Armadas en Chile. Entendía que fueron utilizados, manipulados e internamente quebrados por intereses ajenos: “El capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya”. También sabía que cualquier proyecto político exitoso debía contar con el respaldo tácito de aquellos que detentaban el monopolio de la violencia; por eso, incluyó en su gabinete por meses a oficiales de las Fuerzas Armadas, que le dieran sustento y legitimidad a su gobierno. Y no es que Allende ignorase la profunda animadversión hacia las ideas de izquierda que ya entonces campeaba en las filas castrenses: el “Tacnazo” de Roberto Viaux en 1969 y el “Tanquetazo” en junio de 1973 eran recuerdos demasiado frescos en la memoria, además de las múltiples matanzas perpetradas en años y décadas anteriores. Pero fue siempre pragmático y nunca buscó sumar innecesariamente enemigos en el bando militar. (Por cierto, esto se extiende a buena parte de la UP: “Venceremos”, la famosa canción de Inti Illimani, recuerda a una marcha militar en su melodía y habla del “soldado valiente, cuyo ejemplo lo hiciera inmortal”).
Allende fue despreciado por “amarillo”, desde un comienzo. Sabido es que su nombre no generaba consenso en las filas de la Unidad Popular de cara a la elección presidencial de 1970. Más aún: en su propio partido, el PS, debió enfrentar a férreos rivales internos como Aniceto Rodríguez. Fue proclamado con 13 votos a favor y 14 abstenciones, incluyendo las de Carlos Altamirano y Clodomiro Almeyda. Durante su gobierno, debió combatir permanentemente contra aquellos que no creían en su vía chilena al socialismo; que la consideraban una utopía e intentaban, contra su voluntad, preparar la guerra civil que percibían como inevitable. Una anécdota lo muestra observando, junto a Fidel Castro, una marcha de la oposición en el centro de Santiago: ante la pregunta “¿por qué no la reprimes?”, Allende contestó severamente que no se metiera en asuntos internos de su gobierno. Estaba íntimamente comprometido con la libertad de expresión, de asociación y de prensa.
Allende no tuvo miedo en atacar públicamente a la extrema izquierda. Además de su condena al infantilismo estudiantil en Guadalajara, nunca ahorró adjetivos contra quienes intentaban “descarrilar” al gobierno popular acelerando las acciones e instigando el caos en fábricas, poblaciones y calles. Para él, la construcción del socialismo era una tarea que requería del máximo rigor y disciplina, so riesgo de ver frustrado el proceso revolucionario completo. Dijo en 1971: “No aceptamos la presión, lo hemos dicho con honradez de revolucionarios. Estamos contra todas las tomas indiscriminadas de fundos que crean anarquía en la producción y que terminarán por lanzar a los campesinos contra campesinos o a los campesinos contra pequeños agricultores. Estamos contra las tomas de viviendas que perjudican a los trabajadores que juntaron sus cuotas para adquirirlas. Estamos contra las tomas de las pequeñas y medianas fábricas por los obreros; la estatización y la requisición de las empresas deben obedecer a un plan de Gobierno y no a la anarquía del impulso voluntario de unos cuantos. Quiero insistir que a través de toda la historia siempre hubo grupos minoritarios que no comprendieron las exigencias de los procesos revolucionarios, y con su irracionalidad, su falta de claridad, llegaron hasta hacer fracasar coyunturas revolucionarias.”
Allende condenó el consumo de marihuana y otras drogas en los jóvenes como una elusión de su responsabilidad histórica. Lo dijo en Guadalajara: “¿Cuántos son los jóvenes, de nuestros jóvenes países, que han caído en la marihuana, que es más barata que la cocaína y más fácil de acceso? […] ¿Cómo es posible que el joven no vea que su existencia tiene que tener un destino muy distinto al que escabulle su responsabilidad? ¿Cómo un joven no va a mirar, en el caso de México, a Hidalgo o a Juárez, a Zapata o a Villa, o a Lázaro Cárdenas? ¡Cómo no entender que esos hombres fueron jóvenes también, pero que hicieron de sus vidas un combate constante y una lucha permanente!”. Pero no se quedó meramente en la condena retórica: en una ley promulgada en mayo de 1973, su gobierno ilegalizó el tráfico y consumo de estupefacientes, persiguiendo explícitamente al “que sea sorprendido consumiendo estupefacientes o en circunstancias que hagan presumir que acaba de hacerlo”.
Allende valoraba el orden público y tildó a quienes cometían desórdenes de "individualistas desquiciados" que obstaculizaban la causa proletaria. En su discurso al cumplir un año de gobierno, tenía perfectamente claro que parte de sus enemigos se encontraban en la extrema izquierda; quienes buscaban tomar fábricas y predios por la fuerza, por encima de la ruta esbozada por el gobierno popular. “No hay Gobierno Revolucionario que no tenga la obligación de mantener el orden público. […] No podemos aceptar el desquiciamiento de individualistas aislados que podrían provocar el caos. La garantía del orden está en la clase obrera organizada, consciente, disciplinada, responsable, capaz de comprender la gran tarea histórica que tiene.” Esto afirmó en marzo de 1972, ante un radicalizado pleno del Partido Socialista: “El salto en el vacío no es gratuito. Significa sí, quiebra, derrumbe y destrucción de la actual constitucionalidad. Pero también someter al país y, principalmente, al pueblo a la pérdida de vidas y medios de producción. Supone destruir fuentes de vidas, de trabajo y bienestar que nuestro pueblo necesita para construir un futuro mejor. Representa introducir un factor suplementario de incertidumbre sobre la suerte a corto y medio plazo de la lucha revolucionaria. El proletariado sabe cuál es la correlación de las fuerzas dentro y fuera de Chile.”
Allende recibió en La Moneda a trabajadores que estaban movilizados en oposición a su gobierno. En un momento de crisis, pocos meses antes del Golpe, un grupo de trabajadores vinculado con partidos de oposición impedía el funcionamiento de la mina El Teniente, a la sazón uno de los motores de las exportaciones chilenas. El perjuicio para el país y para el proyecto de la Unidad Popular era incalculable. Aunque le valió duras críticas desde el PS y el PC, Allende se mantuvo firme: “Mientras sea Jefe de Estado, La Moneda no se cerrará a ningún trabajador que solicite conversar con el Presidente”. También aprovechó para distinguir, por enésima vez, entre la oposición sediciosa y la oposición democrática, mayoritaria y con la cual era necesario abrirse al diálogo; un diálogo que se extendió, como sabemos hoy, hasta las últimas horas de su gobierno. Había decidido convocar a un plebiscito que definiría su permanencia en el gobierno, pero el Golpe llegó antes.
Allende era patriota. Orgulloso de la tradición de lucha del pueblo chileno y varios de sus personajes históricos, hizo campaña varias veces con la figura de Bernardo O’Higgins, “por la Patria y por el Pueblo”. En su célebre discurso del 4 de septiembre en la noche, dijo: “Nunca como ahora la canción nacional tuvo para ustedes como para mí tanto y tan profundo significado. En nuestro discurso lo dijimos: somos los herederos legítimos de los Padres de la Patria, y juntos haremos la segunda independencia”. No es necesario, tampoco, detenerse en las múltiples referencias a la patria, a la cultura popular, a la raza chilena (mestiza, no criolla; pero tampoco fragmentada infinitesimalmente en identidades discretas) y al arraigo particular de la población. Asentó los valores socialistas de dignidad universal en una subjetividad cultural específica, y con ello movilizó a la mitad del país en un proyecto de superación completa del sistema económico capitalista y la sociedad de clases. No tuvo éxito. Con todo, nos deja una lección moral: a sus verdugos por cierto, pero también a quienes hoy pretenden seguir su camino.
Allende era irritante, decía Manuel Vásquez Montalbán.
Allende no era como otros.
Allende era distinto.